La conspiración de los perdedores

26 de marzo 2020. Paul B. Preciado sobre la vida después del COVID-19

Traducción de Sofía Miranda

Foto de cottonbro en Pexels

Caí enfermo el miércoles once de marzo en París, antes de que el gobierno francés decretara el confinamiento para la población, y cuando me recuperé, el diecinueve de marzo —un poco más de una semana después—, el mundo había cambiado. Cuando me acosté el mundo era cercano, grupal, pegajoso y sucio. Y cuando me levanté se había vuelto lejano, individual, seco e higiénico. Mientras estaba enfermo fui incapaz de evaluar lo que pasaba desde un punto de vista político y económico, porque la fiebre el malestar físico me quitaron la energía vital. Nadie puede ser filósofo cuando se le parte la cabeza.  De vez en cuando miraba las noticias, lo que me hacía solo sentir peor. Realidad y pesadilla eran indistinguibles, y las portadas de los diarios eran más desconcertantes que cualquier mal sueño de mis delirios febriles. Como medida ansiolítica no entré a ningún sitio en internet. Le atribuyo a eso y el aceite esencial de orégano mi mejoría. Durante mi enfermedad no tuve dificultades para respirar, pero era difícil creer que siguiera respirando. No tenía miedo de morir. Tenía miedo de hacerlo solo.

Entre la fiebre y la ansiedad pensé que los parámetros que organizan el comportamiento social habían cambiado para siempre y no podrían modificarse nunca más. Sentí esto como una verdad tan potente que me atravesó el pecho. Todo tendría para siempre la nueva forma que tomaron las cosas. A partir de ahora tendríamos acceso a formas mucho más excesivas de consumo digital, pero nuestros cuerpos —nuestros organismos físicos—quedarían privados de todo contacto y vitalidad. La mutación se manifestaría como la cristalización de la vida orgánica, como la digitalización del trabajo y el consumo, así como también la desmaterialización del deseo.

Los casados estaban condenados ahora a vivir 24/7 con sus parejas, sin importar si se amaban u odiaban o ambas cosas a la vez, lo que, paradójicamente, es lo usual: Las parejas se rigen por una ley de la física cuántica según la cual no hay oposición entre términos contrarios, sino más bien una simultaneidad de hechos dialécticos. En esta nueva realidad los que habíamos perdido el amor o los que no lo habían encontrado a tiempo (es decir, antes del COVID-19) estábamos condenados a pasar el resto de nuestras vidas total y absolutamente solos. Sobreviviríamos, pero sin tocar, sin piel. Aquellos que no se habían atrevido a decirle a la persona que amaban que la amaban, ya no podrían contactarles, incluso aunque pudieran expresarles su amor y ahora tendrían que vivir para siempre con la espera de un encuentro físico que —tal vez— nunca llegase a ocurrir. Los que habían elegido viajar, quedarían para siempre del otro lado de la frontera y los adinerados que se fueron al mar o al campo para pasar en sus agradables segundas residencias los días del confinamiento (¡pobrecitos!) ya no podrían volver nunca más a la ciudad. Sus casas serían requisadas para acoger a los vagabundos que, efectivamente, vivían a tiempo completo en la ciudad, a diferencia de los ricos. Luego de la nueva e impredecible forma que las cosas habían tomado después de la aparición del virus, todo estaba escrito en piedra. Lo que parecía ser un confinamiento temporal ahora se volvía de por vida. Tal vez las cosas cambiarían de nuevo, pero no para quienes pasamos los cuarenta. La vida después de la gran mutación. Entonces me pregunté si valía la pena vivir esta vida.

Lo primero que hice cuando salí de mi cama después de la enfermedad (y con el virus habiéndose expandido de forma tal que parecía casi el descubrimiento de un nuevo continente) fue preguntarme: ¿bajo qué condiciones y de qué forma valdría la pena vivir? Lo segundo, antes de encontrar una respuesta, fue escribir una carta de amor. De todas las teorías conspirativas que he leído la que más me sedujo es la que dice que el virus fue creado en un laboratorio para que todos los “perdedores” del mundo pudieran recuperar a sus ex, sin estar realmente obligados a volver con ellos.

Rebosante del lirismo y la ansiedad acumulada durante una semana de estar enfermo, asustado e inseguro, la carta a mi ex no solo era una poética y desesperada declaración de amor, sino que sobre todo era un vergonzoso documento para quien la había firmado. Pero si las cosas ya no podían cambiar, si los que estaban lejos no podían volver a tocarse, ¿qué significaba ser ridículo de esta manera? ¿Cuál era el significado de decirle a la persona que amas que la amas, sabiendo que con toda probabilidad ella ya te había olvidado o reemplazado, si de todas formas nunca la podrías volver a ver? El nuevo estado de cosas, en su inmovilidad escultórica, confería un nuevo grado de what the fuck, incluso en su propia ridiculez.

Escribí a mano esa delicada y horriblemente patética carta, la puse en un sobre blanco brillante y en ella, con mi mejor letra, estampé el nombre y la dirección de mi ex. Me vestí, me puse una mascarilla, me puse los guantes y zapatos que había dejado en la puerta, y bajé a la entrada del edificio. Allí, de acuerdo con las reglas de confinamiento, no salí a la calle, sino que me dirigí al área de la basura. Abrí el contenedor de reciclaje y puse la carta para mi ex en él. El papel era, efectivamente, reciclable. Lentamente volví a mi departamento. Dejé mis zapatos en la puerta. Entré, me quité los pantalones y los puse en una bolsa de plástico. Me quité la mascarilla y la puse en el balcón para que se aireara; me saqué los guantes, los tiré a la basura y me lavé las manos durante dos interminables minutos. Todo, absolutamente todo, estaba en la forma que habían tomado las cosas después de la gran mutación. Volví a mi computador y abrí mi correo electrónico: y ahí estaba, un mensaje de ella titulado «Pienso en ti durante la crisis del virus».

Paul B. Preciado es un filósofo, curador y activista trans. «Un apartamento en Urano: Crónicas del cruce» es su más reciente libro (Editorial Anagrama).

https://www.artforum.com/slant/the-losers-conspiracy-82586

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